martes, 2 de agosto de 2016

PARÍS. LA LUZ.

 Los paseos por la orilla del Sena, a la luz de la luna. Los grupos de gente sentada en las terrazas como en un teatro. La sensación de convertirte en Cuasimodo y ver la ciudad desde arriba, a través de sus ojos, unos ojos que son los ojos de Víctor Hugo.  Recorrer las callecitas por las que anduvo la bohemia, entre la risa y el llanto. Contemplar la belleza de las calles y los tesoros artísticos que enmudecieron a los nazis. Visitar la tumba de Voltaire y recordar a los héroes de la resistencia en la catedral del laicismo. Subir atravesando los hierros que han forjado la escultura más grande del mundo.  Suspirar, al contemplar las chimeneas y las buhardillas alineadas bajo un cielo gris perla. Eso es visitar París. Y sabe a poco. Quien lo probó, lo sabe.

 Una nota a pie de página.
       París ha estado en las noticias marcado por los asesinatos terroristas de los últimos tiempos. Por eso deseábamos estar allí en noche vieja y celebrar la libertad, el desarrollo de la ciencia y el laicismo para los que Francia ha sido un valedor. Estar ahí, esa noche, entre una pequeña multitud decidida de franceses y algunos turistas, entre la policía en jaque y los árboles iluminados de los Campos Elíseos, hasta llegar al Arco del Triunfo. Fue una experiencia apasionante. Un chute de energía y de esperanza.