martes, 2 de agosto de 2016

Estados Unidos. Gran Cañon. San Francisco y algo más.




Aquí os dejo unas palabras sobre mis impresiones. 

  He visto árboles cuyas copas se perdían en el cielo y la luz del sol parecía fluir como lluvia entre sus ramas. He visto gentes y he visto cuervos sobrevolar el Pacífico luchando contra el viento entre graznidos sobrecogedores. Les he visto mirarme como quien mira a un animal ingenuo. He visto un Cóndor posarse en un árbol a observarme y meditar sobre si era un ser fácil de comer. He visto atardecer en las rocas antiguas del Gran Cañón, recortándose sus perfiles como si estuvieran hechas de fragmentos de tiempo, deshecha su materia por el paso de miles de millones de años, inmutables, estáticas a nuestros ojos efímeros. Impasibles como el sol, formando parte de la inmensidad de la materia pétrea, sin emoción, sin dolor, sin miedo. Constante en su inconstancia. Belleza sin principio ni final. He sentido mi cuerpo fundiéndose con esa materia, como si ya hubiera pasado a través de mi piel el momento en el que eres uno con el universo cambiante e infinito.

PARÍS. LA LUZ.

 Los paseos por la orilla del Sena, a la luz de la luna. Los grupos de gente sentada en las terrazas como en un teatro. La sensación de convertirte en Cuasimodo y ver la ciudad desde arriba, a través de sus ojos, unos ojos que son los ojos de Víctor Hugo.  Recorrer las callecitas por las que anduvo la bohemia, entre la risa y el llanto. Contemplar la belleza de las calles y los tesoros artísticos que enmudecieron a los nazis. Visitar la tumba de Voltaire y recordar a los héroes de la resistencia en la catedral del laicismo. Subir atravesando los hierros que han forjado la escultura más grande del mundo.  Suspirar, al contemplar las chimeneas y las buhardillas alineadas bajo un cielo gris perla. Eso es visitar París. Y sabe a poco. Quien lo probó, lo sabe.

 Una nota a pie de página.
       París ha estado en las noticias marcado por los asesinatos terroristas de los últimos tiempos. Por eso deseábamos estar allí en noche vieja y celebrar la libertad, el desarrollo de la ciencia y el laicismo para los que Francia ha sido un valedor. Estar ahí, esa noche, entre una pequeña multitud decidida de franceses y algunos turistas, entre la policía en jaque y los árboles iluminados de los Campos Elíseos, hasta llegar al Arco del Triunfo. Fue una experiencia apasionante. Un chute de energía y de esperanza.